LA GRAN MENTIRA SOBRE LOS
LÁCTEOS
Existe una mentira
encadenada, como los cuentos encadenados que repites sin pensar, en
torno al tema de los lácteos.Los cuentos encadenados tienen gracia,
la mentira encadenada de los lácteos, no.
Un mentira consciente y
consentida ,por los poderes públicos, que son los que deben velar
por nuestra salud, una mentira con un objetivo claro: que la
industria láctea, tan poderosa, no se derrumbe. Son muchas las
investigaciones llevadas a cabo, muchos los investigadores que han
puesto el grito en el cielo, pero todo es cubierto por un tupido
velo.
Piensen por un momento lo
extensa que es el área del supermercado dedicada a los lácteos:
yogures, mantequillas, quesos, leche...con sus múltiples variedades
y presentaciones. Es grande el lobby que trabaja para que este sector
multiplique exponencialmente sus ganancias ,a costa de las pérdida
del sector primario, ganaderos principalmente.
Desgranemos ya el meollo del
asunto, derribando los falsos mitos que nos quieren imponer.
Es mentira que la leche sea
un alimento excelente. No es ni siquiera bueno, es más, es malo,
perjudicial para la salud. El primer argumento en contra de los
lácteos nos lo impone la propia naturaleza, somos mamíferos y como
tales, deberíamos proceder según nuestra condición y emular a los
que comparten con nosotros la clase. El resto de mamíferos no toma
leche después del destete y, ni mucho menos, leche de otra especie.
No vemos a ningún gatito tomar leche de burra o de yegua, de
perrita, cabra o vaca. Nos parecería una barbaridad. Claro que la
industria lo tiene todo previsto y estudiado, y nos ofrece sus
productos exquisitamente preparados para que nuestro paladar no se
rebele contra una acción antinatura. Nos incita, además a incluir
sus productos en múltiples recetas: una pizza, la pasta, una tarta,
unas verduras gratinadas, una bechamel...¿Qué sería de la cocina
sin los lácteos? Sin contar que la industria alimentaria los lleva
dentro hasta en la sopa. ¡Hasta el mismísimo pan! La verdad es que
es una pena, sí, pero hay que conocer la verdad y después decidir,
y si no suprimir totalmente, sí al menos, reducir considerablemente,
si no queremos minar nuestra salud, uno de nuestros tesoros más
preciados.
Siempre se recurre para
defender la leche y sus derivados al calcio, ese mineral integrante
de nuestros huesos y que es necesario especialmente cuando somos
niños y en la última etapa de nuestra vida para evitar la tan
temida osteoporosis. La leche posee calcio, y algunas leches están
enriquecidas con él, pero ese calcio no es biodisponible, o sea, no
se llega asimilar totalmente, debido a la proporción que existe
entre calcio y fósforo en la leche de vaca. El calcio y el fósforo
deberían encontrarse en una proporción de 2:1, es decir, el doble
de calcio que de fósforo, y precisamente en la leche de vaca los
índices de fósforo son muy elevados.
Por
otra parte, la leche no sólo no nos proporciona el calcio que posee,
sino que nos roba el calcio que tenemos en los huesos. Y eso es
debido a que es un alimento acidificante, que acidifica el ph
sanguíneo y el organismo, para compensar, para neutralizar esa
acidez y alcalinizarse, recurre a sus reservas de calcio, que se
encuentran en los huesos. Al final, conseguimos el efecto contrario
al que nos propusimos al decidir tomar leche. Está comprobado que
los chinos, cuando introducen lácteos en su dieta, comienzan a tener
osteoporosis. En los países en que se consumen más lácteos existe
un mayor nivel de incidencia de la mencionada dolencia. Otros
estudios también demuestran que los niveles más bajos de calcio se
encuentran en personas que toman 3, 4 o 5 vasos de leche al día, tal
como nos recomiendan nuestras autoridades sanitarias.
Si con
esto no bastara, ese calcio que hemos ingerido con los lácteos y que
no hemos asimilado, se instala en nuestras articulaciones (provocando
artrosis y artritis) y en nuestros órganos internos, como pulmones
(bronquitis crónica), arterias vitales (patología coronaria), ojos
(cataratas), riñones y vesícula (litiasis vesicular y renal)…
Volviendo
a nuestra condición de mamíferos, como tales, va desapareciendo de
nuestro organismo la lactasa, a medida que nos hacemos adultos, que
es la enzima que se encarga de digerir lactosa (el carbohidrato) de
la leche. Y es que la naturaleza sólo pone a nuestra disposición
aquello que necesitamos en en el tiempo en que nos es necesario. De
ahí que muchas personas sufran intolerancia a la leche, un mecanismo
de defensa del cuerpo, que pide a gritos que se deje de consumir. A
partir de los 3 años, el 75% de los humanos dejamos de segregar
lactasa y renina, ésta última enzima se encarga de digerir la
caseína de la leche. No sirven de nada las leches sin lactosa, de
reciente aparición, ya que el problema de la leche es mucho más
complejo. Se trata, una vez más, de publicidad engañosa.
Precisamente
la caseína y la gammaglobulina bovina, las dos proteínas presentes
en la leche de vaca, son altamente inmunogénicas, es decir, agotan
el sistema inmunitario haciendo que éste se vuelva contra el propio
organismo desarrollando las tan extendidas enfermedades autoinmunes:
cánceres, fibromialgia, esclerosis múltiple...
Si
añadimos a esto que nuestras vacas actuales no comen hierba, rica en
ácidos grasos omega 3, sino que son alimentadas con piensos
elaborados con soja y maíz, ricos en omega 6, que es el
responsable, en exceso, del alto grado de inflamación en nuestro
cuerpo, cerraremos el círculo para que se instalen en nuestro
organismo las llamadas enfermedades autoinmunes, inflamatorias y
también denominadas enfermedades de la civilización, que están
tomando carácter de epidemia.
La
leche aumenta el colesterol en sangre ya que posee un 70% de ácidos
grasos saturados, que en exceso son causa de enfermedades coronarias
y cerebrales.
La
leche de vaca no está adaptada a las necesidades nutricionales de
los seres humanos, tiene los nutrientes en la proporción que
requieren los terneros a los que está destinada, que doblan su peso
en un mes y medio y poseen cuatro estómagos. Con estos
requerimientos es lógico que la leche de vaca posea 3 veces más
proteína y casi el 50% más de grasa que la leche humana. Y carece
de lo necesario para un nivel de desarrollo cognitivo elevado al que
está destinado el bebé humano.
La
pasteurización es una práctica relativamente reciente y que añade
más problemas al cuestionado producto. El calor que se aplica
durante el proceso de pasteurización convierte al calcio en calcio
inorgánico, que el organismo no puede asimilar. Además, todo tipo
de esterilización supone la alteración de las proteínas, enzimas y
vitaminas de la leche. Esto se hace en aras de obtener un mayor
beneficio económico al prolongar la duración de la leche en el
supermercado. La leche está diseñada para, sin esterilizar, ser
consumida directamente.
Existen
alternativas, como en casi todo en la vida, alternativas de
alimentos que nos aportan calcio y otros que pueden suplir a los
lácteos en la cocina, con mejor o peor acierto, pero que son más
saludables.
De los
primeros, que nos aportan calcio, calcio asimilable, (el calcio no
es deficitario en nuestra dieta), tenemos una lista nada
despreciable: verduras de hoja verde (no olvidemos que las vacas
comen hierba de la que obtiene calcio para su leche), semillas de
sésamo, algas (hiziki principalmente), coles, almendras tostadas,,
alimentos secados al sol, semillas de sésamo negro y todo tipo de
legumbres. Una ración de brócoli equivale a un vaso de leche ,en
relación al calcio.
Si
queremos tener una buena masa ósea no olvidemos tomar el sol, que
sintetiza la provitamina D de nuestra piel convirtiéndola en
vitamina D, que participa en el metabolismo del calcio. Otra vitamina
importante a tener en cuenta es la vitamina C.
El
ejercicio físico, sobre todo el realizado con pesas, ayuda a generar
masa ósea.
Si
echamos de menos la leche, podemos recurrir a sus variadas versiones
de leches vegetales. Todo es cuestión de ir probando hasta encontrar
en el mercado una leche vegetal que nos guste y que podamos
utilizarla en la cocina en sustitución de la leche de vaca.
Porque
se puede cuidar la salud sin renunciar al placer de comer.
http://www.revistanatural.com/medios/natural_213/Natural_85.pdf
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